miércoles, 15 de junio de 2022

 GARDEL EN LA PLUMA DE LOS POETAS.

 Por Rubén Alberto Fiorentino.

                                Fragmento de fotografía en una escena de la película Cuesta Abajo.

Había una vez un mozo, morocho de franca sonrisa y pelo engominado, que al descubrir un zorzal en su garganta salió a recorrer el mundo creyéndose cantor. Algunos dijeron que era un mago, otros que nunca existió o que acaso lo inventó el ideario colectivo…Vaya a saber quiénes resultaron más certeros en sus juicios. Lo cierto es que el mozo en cuestión se convirtió en leyenda, leyenda que contrariamente a lo que muchos aseguran comenzó a gestarse mucho antes de su trágica e inesperada partida. Comenzó a escribirse cuando los bardos descubrieron en él al referente, al ídolo popular, al que sobresale del resto, al mejor amigo, al más pintón, al que cada día canta mejor…

Tal vez, Celedonio Esteban Flores, “El negro Cele”, como cariñosamente se le decía fue el primero en vislumbrar esas condiciones y en su inmortal esquina de Corrientes y Esmeralda lo instaló para los tiempos. Por cierto, no fue el único, muchos otros se encargaron de volcar en su pluma conceptos laudatorios que redundaron en canciones, poemas, historias que quise condensar en este pretendido homenaje. El culto a la figura de Gardel iniciado por los poetas se afianza en la tarea de difusores gardelianos desde el recordado Julio Jorge Nelson hasta nuestro entrañable amigo que se nos adelantó en la partida, Rolando Polito y se reafirma en nosotros que aprendimos a diferenciar entre el cantor de moda y el fuera de serie, el que aparecerá una vez cada mil años o nunca más…

Con el chambergo ladeao y un lengue blanco en el pecho, ya se creen con el derecho de hacerlo al Morocho a un lao. Pantalón afrancesao con taquito carretel, ¿qué hacemos con el cartel? Salgan, ñatos, del engaño, que, aunque transcurran mil años no habrá otro Carlos Gardel. –expresaba Alfredo Santos Bustamante en la milonga No hay otro Carlos Gardel que lleva música de Ángel Mazzolla y grabara Jorge Vidal con acompañamiento de guitarras.

Es evidente que Gardel establece un hito. Cierta vez, conversando con José Gobello sobre la llamada “década de oro del tango”, esa que se extiende desde fines del treinta y nueve hasta comienzos del cincuenta, el académico del lunfardo no coincidía en denominarla así, justamente porque en ella no estaba Carlos Gardel. Pascual Contursi fue el padre del denominado tango canción con su inolvidable Mi noche triste y Gardel fue quien inventó la forma de cantarlo. No hubo un antes, solo un después, de los que vinieron atrás, pero aquel modelo original jamás pudo ser mejorado, a pesar de las tecnologías superadoras que le otorgaron más chances a los buenos intérpretes que le sucedieron. Está tan fresca la imagen de Gardel instalada entre nosotros que nos parece mentira que su presencia terrena no le bastó para conocer la Corrientes ancha, el obelisco o concurrir a la inauguración del Hipódromo de San Isidro, hecho ocurrido el 8 de diciembre de 1935. “A través del tiempo y la distancia” como gustaba decir Nelson, Gardel sigue instalado en lo cotidiano, es el referente que premia a los mejores de cada rubro, el que nos sonríe desde la foto del colectivo, el que se muestra “eterno como un Dios o como un disco”, como imaginaba Humberto Constantini. Es el que nos hace el obsequio supremo de su canto desde los surcos de un disco con asma como asegura Horacio Ferrer, es alternativamente “el mago”, “el mudo”, “el bronce que sonríe”, “el troesma”, “el zorzal” o acaso simplemente “el morocho”, ese que comenzó a tallar fuerte en las lides del canto al lado del oriental.

Y así lo recuerda Enrique Cadícamo en aquellos versos escritos para la milonga El morocho y el oriental: “Ah, café de aquel entonces de la calle Olavarría, donde de noche caía allá por el año once... De cuando yo, en mi arrabal, de bravo tuve cartel. Y el Morocho era Gardel y Razzano El Oriental”.

Los bardos de la lírica porteña lo tienen siempre a mano para cantarle las loas que justicieramente se ganara, para ponerlo al frente de los ilustres finados del cancionero popular o para hacerlo juez supremo de un tiempo que ya no es el de antaño, con la esperanza que Carlitos, despliegue toda su magia y retrotraiga las cosas a los momentos que más nos gustaron, o por qué no, para que salga disparando cargado de indignación., tal como imagina Juan José Correia en ¿Qué te pasa Buenos Aires?

Todas las variables fueron contempladas y este trabajo de investigación y recopilación que me llevó por los caminos del canto, de la poesía y de los comentarios tratará de mostrarlo.

En materia de gustos no hay nada escrito, asegura un viejo dicho y realmente debe ser así. A la muerte de Gardel le siguió un cortejo de poemas necrológicos, de una factura exquisita algunos, pero que no dejan de ser necrológicos. Parecía que la mayoría de los poetas habían asumido el rol de viudas…Se me ocurría ¿Por qué ponerle tristeza a quién desde algún lugar nos sigue iluminando con su sonrisa eterna? Prefiero recordarlo de otra manera, morocho, glorioso, engominado, con sus inseparables escobas que aún lo seguirán acompañando en el otro mundo, “si es que hay un mundo pa´ los que se piantan” como versificaba Julián Centeya, aquel oriundo de Parma, Italia que se convirtiera en más porteño que el mismísimo obelisco. Me place imaginarlo convertido en patrón, en dueño absoluto de un tiempo, el tiempo de Carlitos y ubicarlo en un lugar cualquiera, por ejemplo, en Rivadavia y Rincón…Como lo sitúan José Razzano y Catulo Castillo en el mítico “Café de los angelitos”

Lo de ubicarlo en un tiempo pretérito resulta a todas luces lógico, fue el tiempo donde desplegó todo su arte, el tiempo en que en públicos de distintas latitudes enrojecieron sus manos de aplaudirlo. Tiempos en que las carteleras lo anunciaban con letras rutilantes, tiempos donde la prensa se encargaba de este cantor de origen humilde y un talento tan grande como sus ilusiones, que salió a conquistar el mundo logrando su propósito. Pero claro, nuestro si se quiere egoísmo, va siempre por más y un poeta de los quilates de Horacio Sanguinetti concibió en versos un deseo que abrazamos sin distinción todos los gardelianos, “me hubiera gustado verte, Carlitos Gardel añoso, con el cabello canoso, pero tenerte, tenerte”…

Gardel siempre está presente en la vida cotidiana, en un final cabeza a cabeza cinchando por el amigo dilecto “Leguisamo solo”, en los sueños del purrete que aspira a la consagración pegándole a la redonda para “ser como Ochoíta, el crack de la afición”, en la nostalgia del que abandonó el terruño y ahora ansía más que nunca “Volver”, en ese “Barrio pobre” cual las ropas de sus gentes que nos confiaba su garganta, en el esforzado padre que labura sin cesar para que el hijo pueda doctorarse, tal como lo describe “El morocho” en “Giuseppe el zapatero”, en la mujer castigada por la vida que aún se emociona contemplando una muñeca, como sabía expresarlo en “Alma de loca” y lo que es más difícil sin duda, estar presente en los tangos que jamás cantó… Decime bandoneón, qué tango hay que cantar, no ves que estoy muriéndome de pena.

Yo sé que en tus archivos se quedó un tango que Gardel nunca cantó. –como versificaba Cacho Castaña en ¿Qué tango hay que cantar?

Hablando de temas que jamás cantó la investigación me rebela una notoria curiosidad, la dupla Gardel-Lepera compuso una importante cantidad de canciones destinadas, en la mayoría de los casos, a ilustrar las películas que “El Zorzal” filmaba para la empresa Paramount. No obstante, una de ellas, incluida en uno de los filmes, fue bailada por nuestro evocado, pero no fue cantada. Se trataba del tango “Viejos tiempos” que años más tarde grabara un antiguo vecino de este partido, Aldo Campoamor con la orquesta de Juan Canaro. Esas perlitas que lo relacionan con San Isidro como aquel paso por el colegio salesiano donde el padre Castiglia, que años más tarde fuera el fundador del centenario templo San José de la calle Diego Palma, era su maestro de catequesis o también aquella foto de 1933 en la que aparece Gardel al centro, sentado con un bandoneón desplegado sobre sus rodillas con dos laderos ilustres en idéntica posición, tomada en el stud ”Yeruá” propiedad de Francisco Maschio en la calle Von Wernicke llegando a Diego Carman en oportunidad de despedir a Gardel que partía a la gira de la que nunca regresaría…pero claro tal vez abuso de un fanatismo por el suelo que nos cobija, los poetas encontraron más razonable recordarlo por ejemplo Héctor Negro que lo sitúa en un lugar emblemático de Buenos Aires como el Viejo Tortoni: Se me hace que escucho la voz de Carlitos, desde esta "Bodega" que vuelve a vivir. Que están Baldomero y aquel infinito fervor de la "Peña", llegando hasta aquí.

En Teoría sobre Gardel, un trabajo de Héctor Negro, el bardo decía que “jamás hay que confiarse poetas”, en alusión a lo expresado por Humberto Constantini en su poema Gardel donde acota “para mí lo inventamos, seguramente fue una tarde de domingo”, por eso esta cita que pasaré a relatarles resulta francamente descabellada. Pero historias son historias y no es mi espíritu ponerlas en tela de juicio. Los que somos padres o alcancemos en un momento de nuestras vidas esa condición, después de la euforia que provoca el nacimiento de la criatura y la confirmación del buen estado de salud del vástago y su madre deberemos, ineludiblemente cumplir el recaudo civil de anotar al nuevo ser con una filiación propia. Seguramente todos debimos o debamos enfrentar sugerencias que nos quieren condicionar a elegir tal o cual patronímico. Oigamos como resolvió la situación este gardeliano de ley como es Francisco Oscar Cittadino en Sin pensarlo: “Mi opinión estuvo ausente mientras ellos discutían, más nombres que por la guía flotaron por el ambiente. Luego, con tono sonriente saludando hasta más ver, doblé tranquilo el papel, fui al Civil y sin pensarlo... Le puse “Carlos Romualdo igualito que Gardel”...

Hay en nuestra vida de Nación una década a la que muchos no dudaron en tildarla de infame, eran los llamados años de la crisis, de las componendas y pactos a espaldas del soberano, cuando a Corrientes la hacían crecer a lo ancho y a Yrigoyen le escribían el diario. Una época que caló hondo en los nativos e inmigrantes, principalmente “tanos” y “gallegos” que debieron padecerla. Una época que no podía pasar desapercibida por los creativos de la canción popular que toman la posta de ser cronistas del tiempo que les toca vivir y la describen con lujo de detalles. Por supuesto esa fue la década del treinta, aunque otras posteriores, como acaso la actual intentan emularla. No obstante, como aquella bandera desplegada en Japón en ocasión de una contienda deportiva, podrán imitarla, pero igualarla jamás, porque en ella se percibe triunfal la presencia de Carlitos… -tal como expresa Héctor Méndez en Yo soy del treinta-

No necesariamente el recuerdo de Gardel está presente en los temas musicalizados, un sinnúmero de poemas se ocupan de él, de su vida y de su muerte, cuando a decir de Héctor Gagliardi: “lloraron hasta los hombres que lloran solo una vez”…No es casual que ello suceda, tamaña figura no podía generar otro tratamiento. Entonces, las grandes plumas de su tiempo volcaron todo su afán en exaltarlo, en alimentar ese mito que se estaba gestando en el corazón del pueblo que lo convirtió en su máximo ídolo y sin duda fue justicia. Esta investigación que me llevó a explorar todas esas vertientes acaso nunca podrá ser completa, porque siempre, con mayor o menor fortuna, habrá un poeta dispuesto a querer describir en versos a quien desde el bronce nos sigue sonriendo a perpetuidad como asegura Julián Centeya.

“Sigues estando en las cosas que conjugan el verbo de los días, permaneces en el domicilio del tiempo, existes, y es en tu siempre hallada voz vertical que nos transitas originando el milagro. Una indivisible devolución elemental de las cosas que registran, por ejemplo –digo, por ejemplo-, en aquel pasao de chatas y de rosas, la pared demorada, una trastienda, una lonja de barro que mide la casa del arrabal desolado y todo un cielo de nubes pardas y el olvido pedido a la copa de ajenjo. Contrapinta carpetera, sin balurdo, cadenera, nunca tendrás parecido. Devuelto en el acento de tu acento cabeceado, inalcanzable, único, el más impar, el solo, el eternizado, al evocarte en figura y el nombre, quiero decirme que en tu canto se domicilia, -¡única!- la honda raíz del hombre”. A pesar que los orígenes del tango son ubicados por los estudiosos a finales del siglo XIX y que Carlitos recién comienza a entonarlos en 1917 no es descabellado vincularlo con la gestación de este género que se inició sin más pretensiones que el baile y con el advenimiento del “Morocho del Abasto” y una pléyade de inspirados que dotan a la melodía inicial de letras que narran, en el breve lapso de aproximadamente tres minutos, sentidas historias de vida, se convierte en la canción ciudadana. El poder de síntesis alcanzado por los tangos es realmente una cosa por demás notable y digna de los más conceptuosos elogios. Pero antes de seguir ahondando en este crecimiento oigamos las reflexiones que nos hace Jorge Sassón en su Historia del tango. “Tango, tu pueblo te saluda y evoca triste el día aquél, en que sufriste fatal y cruel el maldito revés de la suerte, que equivocada trajo la muerte del gran Carlitos Gardel!”

La presencia de Gardel en la pluma de los poetas afines al tango es una constante. Hombres y mujeres versificaron sobre aquel morocho con berretín de cantor que comenzaba a gestar sus mentas, allá por el abasto. Es más, algunos reinciden una y otra vez con la manía de evocarlo, casos concretos de Horacio Sanguinetti en Milonga para Gardel o Discos de Gardel, Celedonio Esteban Flores en sus tangos Corrientes y Esmeralda y Gardel en Paris que lleva música de Nolo López y sus poemas Carlitos y Jilguerito criollo o acaso Leopoldo Díaz Velez, que se hace presente con La mesa del tango y Tango a Gardel que concibe hacia el año 1957 con música del recordado Ángel Vargas. “El ruiseñor de las calles porteñas” no tuvo oportunidad de grabarlo porque la vida nos lo arrebató antes, pero si Leopoldo que también despunta el vicio de cantar y lo lleva al disco en 1979. Pero claro, aún no hable de ellas y es justo que recuerde a Dorita Zárate, autora de una formidable página que tituló Zorzal algunos de sus pasajes en los que vale la pena detenernos. “Morocho de ojazos negros y chambergo requintao, Pañuelo florido al cuello y zapatos charolaos. Cantaba sentidos tangos con su voz sentimental, y allá en su barriada humilde le llamaban el zorzal”. No son los únicos trabajos al respecto cuya autoría corresponde a las damas. La investigación me llevó a toparme con muchas obras como por ejemplo Herencia de Nélida Vázquez. El atrapa corazones de Silvia Spitalnik, como Gardel y Es un soplo la vida de Martina Iñiguez. Cantando nació Gardel de Amanda Ledesma y seguramente habrá otros tantos que se me escaparon en ese afán de búsqueda. Gardel acaparó para si la virtud de ser amado por las mujeres, respetado por los hombres y la de ser admirado por todos. De no ser tan certera esta afirmación no podría concebirse que se vertieran en su honor calificativos tan elogiosos. Como los que escribe Humberto Constantini al imaginarlo “eterno como un Dios o como un disco” o simplemente Don Carlos como escribe Raúl Castro. “Don Carlos y niente piú, qué zorzal ni qué ocho cuartos / Ligador en el reparto de la eterna juventud / Como el flaco allá en la cruz perdonaste a la gilada / Con tu sonrisa pintada en un bondi trasnochado / Si hasta te baten "El Mago" por tu gola engalerada. Troesma de los botijas que junan como es la historia / Tu mirada es divisoria entre trucho y postalina / Sos la cara pensativa de una nami sin un viaje / El símbolo de coraje de una pechera a lo macho / Sos el ala de ese gacho que nunca se tomó el raje”.

 Gardel es el trino de los pájaros en un amanecer radiante, el gladiador invicto de mil combates, el amigo generoso que siempre tiende una mano, el que superando al tiempo y la distancia renace en cada tango, el goleador implacable de una jornada dominguera, el fiel compañero que nunca tuerce el rumbo, el troesma que da cátedra con su sola presencia, el que con mano experta y ojo avizor lleva al pingo a la victoria. Decía Horacio Salas: “lo compartimos como una metáfora nacional, perpetuamente engominado, detenido en medio de una sonrisa, mientras como un mesías inusitado, canta Volver, con la frente marchita…aunque uno sabe que regresará con el mismo rostro fresco, maquillado para el cine en blanco y negro, sin un asomo de arrugas. Un Dios que al decir del poeta español Fernando Quiñones, también canta como un Dios”…

Así primero fueron sus contemporáneos los que cantaron cuando acaso aún no era el mito sino una voz privilegiada que asomaba por el Abasto. Poco a poco también los poetas del libro fueron confesando su admiración sin vueltas ni reticencias como Mario Jorge de Lellis que escribió en su obra Hombres del vino, del álbum y del corazón un poema a Carlos Gardel al que obviamente lo ubica entre “los hombres del corazón”: “Era chambergo y lengue en el abasto, morocho caminar, gran tipo lejos, grababa el corazón en las cortadas y se metía de amigo hasta los huesos”. Hasta un poeta considerado exclusivamente para las élites como Alberto Girri no pudo escapar al hipnótico influjo de Gardel y sin renunciar a su estilo y personalidad también le dedicó un texto donde cuenta: “Y sucedió que, en medio del otoño, comenzaron a verlo día a día, sobrevivió en las madreselvas, de pie junto al farol constante”. Otro talentoso bardo contemporáneo como Héctor Negro se atrevió a ir más lejos aún y desarrolló su Teoría para Gardel… expresando “Y fue Gardel, nomás...Se le hizo el sueño. El sueño de cantor que fue creciendo con él y con su voz desde el Abasto, cuando cantó los cantos de su pueblo”.

Como olvidar en esta cita a Raúl González Tuñón que perpetuó en su pluma aquello de: “Y un día las banderas de los barcos anclados, saludaron solemnes la vuelta de Gardel, las milongas pusieron silenciador al fueye, las palomas del puerto volaron sobre él”…refiriéndose a la llegada al país de los restos mortales del cantor tras el luctuoso episodio de Medellín. Héctor Yánover, por su parte se despachaba con aquellos versos que anuncian: “la sombra de Gardel se escurre por los muros, donde hay carteles rotos que anuncian viejos bailes, la lluvia lentamente ha manchado, de sucios lamparones un tiempo de puñales”… Cadícamo en su libro Poemas del bajo fondo se anota entre los bardos gardelianos con El morocho, en cuyos pasajes recuerda: “Zorzal que entre el chaire de la vieja tropa, de nuestras barriadas, se llegó hasta el centro. Después, ya sus alas, tendió para Europa y el dorado triunfo le salió al encuentro”. Alguna vez expresó Alejandro Dolina: “Muchos de los momentos más intensamente emotivos que he vivido, las más grandes emociones artísticas, se las debo a Gardel. No hay ningún artista que yo quiera o admire como a él. Si estuviera condenado por el resto de mi vida a la percepción de un solo artista, tanto sea un pintor, como un literato o un músico, no dudaría un solo instante en elegirlo a Gardel” quizá se refiera a ese Gardel que, como Troilo, “siempre está llegando” quizá presidiendo ese original desfile que plantea Raúl Hormaza en Cien guitarras: 

“Las violas irán al frente de malvón bien perfumadas,

de malvón bien perfumadas, por un ángel adornadas en color blanco y celeste,

y aunque nombrarlo me cueste es tanto el cariño a él, hágame caso esta vez

pare el tránsito le pido: “Mi Buenos Aires querido”…viene cantando Gardel”.

Narrar las impresiones y sentimientos que despierta Gardel en tantas ilustres plumas demandaría esta y muchas tardes, acaso este quiso ser tan solo un intento que sirvió para reunirnos a poco más de ochenta y tres años de aquel día en que el “Morocho del Abasto” alcanzó la inmortalidad. Esas plumas son voceras de muchos de los que no podemos expresarlo en palabras pero que albergamos idénticos sentimientos, por eso estas jornadas, por eso el desarrollo de esta trama y las de mis colegas disertantes, por eso el compromiso de llevar a Gardel como estandarte en una cruzada tanguera que no tiene pausas y nos encuentra ahora con el máximo representante del canto popular de todos los tiempos, tributando este homenaje en el centésimo cuadragésimo aniversario de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos y Cultural “Dante Alighieri” que generosamente abrió sus puertas para contenerlo.


Rubén Alberto Fiorentino: es nacido en San Isidro, Provincia de Buenos Aires el 4 de mayo de 1950. Cursó estudios primarios y secundarios completos y también cursó estudios de periodismo. Fue trabajador activo hasta julio de 2016, tiempo en que comenzó a gozar de su jubilación. Fue conductor de ciclos radiales, presentador de espectáculos, Incursionó en la poesía y la narrativa breve obteniendo éxitos en algunos de los certámenes que participó. Fue socio fundador y desde 2007 ejerce la presidencia, del Centro Cultural del Tango Zona Norte, Academia Correspondiente de la Academia Nacional del Tango. Antes de la obligada cuarentena era un participante activo de la movida cultural de Zona Norte del conurbano bonaerense en reuniones organizadas por el Círculo de Poetas de Boulogne, grupo literario Palabras vivas y SADE Filial Zona Norte. Actualmente participa como columnista de ciclos radiales y una revista virtual.


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GARDEL SIGLO XX  -  EDUCANDO CULTURA.

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